El proceso electoral ha terminado ya. Felipe Calderón es ya legalmente presidente electo de México, pero en circunstancias sumamente complejas que lo han llevado a él y al país a la cuerda floja.

Por una parte, Andrés Manuel López Obrador mantiene su rechazo no sólo al resultado de la elección sino a las instituciones mismas del país. Esto genera una situación muy peligrosa. López Obrador ha dejado atrás la máscara de demócrata con la que durante tantos años se cubrió el rostro. Se ha colocado en una posición de abierta rebelión ante el Estado mexicano que había cuando menos ocultado desde que dejó de bloquear pozos petroleros en Tabasco.

Él sabe que su amenaza de impedir la ceremonia del grito del 15 de septiembre y el desfile militar del 16 podrían generar una confrontación violenta. Pero al parecer es eso mismo lo que busca.

Calderón, por otra parte, bien puede convertirse en un presidente débil. No es sólo que haya sido electo con tan sólo el 35 por ciento de los sufragios, sino que mucha de la gente que votó por él lo hizo por oponerse a López Obrador más que por apoyar un proyecto político.

Calderón fue un candidato que nunca generó entusiasmo fuera de un grupo de panistas. Ahora le tocará ser presidente de la república en un momento en que el candidato perdedor de la elección no sólo se niega a reconocer el resultado sino que amenaza con una rebelión. El reto sería enorme para el mejor estadista, y Calderón no ha dado hasta ahora muestras de serlo.

El Congreso de la Unión puede convertirse en el escenario en que se equilibren las fuerzas que ahora amenazan a la república. Ninguna fuerza política domina las cámaras. El PAN es el mayor partido en la legislatura, pero no cuenta con una mayoría absoluta. Para gobernar necesitará del apoyo de otras fuerzas políticas. Y ante el rechazo del PRD, los panistas están obligados a buscar alianzas con el PRI.

Los dos coordinadores de las bancadas priístas, Manlio Fabio Beltrones en el Senado y Emilio Gamboa en la Cámara de Diputados, son políticos pragmáticos que, por lo pronto, han señalado que no harán alianzas definitivas sino que juzgarán y votarán cada iniciativa por sus propios méritos. Esto convierte al PRI en el fiel de la balanza política del país.

El momento es peligroso, pero la experiencia nos demuestra que de los momentos de peligro surgen las oportunidades de transformación de un país. No nos hagamos ilusiones sobre López Obrador. Él recurrirá a las medidas que sean necesarias –legales o no- para alcanzar el poder. Calderón no podrá reprimir su movimiento, para no darle los mártires que busca, pero tampoco puede permitirle mucho espacio de maniobra, porque lo que busca López Obrador es derrocarlo.

Si el país quiere salir adelante, tendrá que ser el Congreso el que logre los acuerdos necesarios. En principios éstos pueden venir de los legisladores del PAN y del PRI, pero podrían unírseles también los perredistas demócratas que decidan distanciarse de López Obrador.