El gobierno coreano, según lo informó Soo Kim, vicepresidente de la Oficina Comercial de Corea del Sur, invita al gobierno mexicano a negociar, firmar y poner en marcha un tratado de libre comercio, ya que el principal problema que enfrentan las empresas coreanas que operan en el país son los elevados aranceles que pagan por sus importaciones, aranceles que, además de fuente de ingresos para el gobierno, son herramientas proteccionistas, contrarias al libre comercio, y que, cuando se imponen a las importaciones que llevan a cabo las empresas, elevan sus costos de producción, restándoles competitividad, resta que puede ser la causa, en el mejor de los casos, de la pérdida de mercado y, en el peor, de la quiebra de la empresa. Es por ello que el gobierno coreano quiere negociar, firmar y poner en práctica un tratado de libre comercio con el gobierno mexicano, algo que este último debe hacer, pero no por la razón que señalan los coreanos –el beneficio que de ello recibirían las empresas coreanas que operan en el país-, sino por una razón mucho más poderosa: las ventajas que obtendríamos los consumidores mexicanos.

Cualquier política económica (comercial, fiscal, monetaria, etc.), debe calificarse por el impacto que tiene en los consumidores: si los beneficia, bien; si los perjudica, mal. La razón es muy sencilla. La actividad económica terminal, aquella que le da sentido a todas las demás, es el consumo: la producción y el comercio tienen sentido, únicamente, en la medida en la que lo que se produce y comercializa se consume. La producción y el comercio son medios, el consumo es el fin, sin olvidar, para redondear el argumento, que consumidores somos todos, de tal maneta que aquello que beneficia al consumidor es, digámoslo así, lo más democrático. Insisto: las políticas económicas deben calificarse por el efecto que generan entre los consumidores: si es bueno, adelante; si es malo, para atrás.

A los consumidores les convienen más y mejores opciones de consumo, es decir, menores precios, mayor calidad y más cantidad. ¿Cómo lograrlo? De una sola manera: competencia. ¿Y cómo conseguir más competencia? Por medio del libre comercio. ¿Y cómo lograrlo? Negociando, firmando y poniendo en práctica tratados de libre comercio. ¿Con quienes? Con cualquier gobierno que esté dispuesto a hacerlo. ¿Sin excepciones? Sí, sin excepciones. ¿Por qué? Porque el libre comercio, en la medida en la que genera más competencia, beneficia a los consumidores. Este, el beneficio que el libre comercio trae para los consumidores, es el argumento que debe utilizarse para avanzar, ¡y vaya que falta avance!, por el camino del libre comercio.

Desafortunadamente, ante la posibilidad de que el gobierno mexicano negocie, firme y ponga en marcha un tratado de libre comercio con Corea (del Sur), el Consejo Mexicano de Comercio Exterior ha pronunciado un rotundo no. ¿Por qué? Porque sus integrantes consideran que primero hay que consolidar los tratados de libre comercio que ya se tienen. ¿Qué quiere decir consolidar los tratados de libre comercio que ya se tienen? ¿Cómo se mide esa consolidación? ¿En función de qué variables? ¿Quién la mide?

Lo que se debe hacer, en beneficio de los consumidores, es avanzar por el camino del libre comercio, lo cual se hace a través de los tratados de libre comercio, y en este asunto el gobierno no debe dar su brazo a torcer. Sin embargo, y en este punto los empresarios tienen toda la razón, a la vez que se avance por ese camino deben llevarse a cabo las reformas estructurales, cuyo fin general es apuntalar la economía en tres frentes: libertad y propiedad; seguridad y confianza; productividad y competitividad, apuntalamiento sin el cual las empresas que operan en México seguirán estando en desventaja.

Por lo pronto, insisto: el libre comercio debe defenderse, en primer lugar, por el beneficio que le reporta a los consumidores.