Apocalypto, extraña película, provoca reacciones airadas, empezando porque el guión hace agua y pasa aceite por todas partes.

¿Por qué, en una superproducción, meter tantas patas? Numerosísimas pifias históricas y una interminable plétora de errores (ejemplo: atribuir a Kukulcán –versión maya del sabio Quetzalcóatl– cualidades vitales y apetitos feroces mucho más afines a los de Huitzilopoxtli). O la pésima ubicación de una cultura decadente de sacrificadores humanos, en Yucatán; y con protagonistas mayas, que para la época de la película casi habían desaparecido y su cultura clásica llevaba siglos muerta. Y a pesar de que los mayas fueron de lo mejorcito entre las culturas mesoamericanas, sí hacían sacrificios humanos; mas los que en ese tiempo sí los practicaban, y en serio, eran los aztecas. Conquistadores y cronistas dan cuenta de eso.

Las víctimas propiciatorias de los brutales y numerosos holocaustos perpetrados por mexicas eran los tlaxcaltecas. Tanto así, que se aliaron con los españoles para atacar con todo a sus verdugos, que les hacían la guerra florida con el único objetivo de servir su sangre a Huitzilopoxtli en el Templo Mayor y, luego de extraerles el palpitante corazón, exhibir sus cabezas en un muro, el tzompantli, donde hoy está el Zócalo. Fue ferocísima, y con sobrada razón, la reacción tlaxcalteca contra los aztecas. (Los españoles no conseguían apaciguar su odio y furia vengativa.)

¿Pero por qué entonces no situar la película en Tenochtitlan, y protagonizada por aztecas? Supongo que para no ofender la siempre a flor de piel sensibilidad mexicana al deturpar a una civilización local, que nuestra cultura política standard no hace más que glorificar. No habrían resistido nuestros compatriotas tanto zaherir a quienes admiran, con escenas de brutal violencia; entre ellas, un acopio de cadáveres descabezados que recuerda a Auschwitz. Mejor situarse en el lejano Yucatán, aun a precio de cometer todo tipo de disparates históricos y anacronismos. Pero esta película no apela al cerebro sino al cuerpo.

¿Qué carambas quiso decir Mel Gibson con esta bizarra producción? El primer cuadro es una cita de Will Durant: “Una gran civilización no se conquista desde afuera, sino hasta que se destruye desde adentro”. El director quiso mostrar que una cultura claramente decadente, atroz y sanguinaria, era mucho peor que la que llegaría después, al final de la película. (Quien no la haya visto, brinque hasta donde dice “FIN…”.)

Los últimos minutos nos ubican en una época y circunstancia: la llegada de una civilización superior bajo los signos del yelmo y la cruz. Aparece clarísimo el punto de un católico militante como Gibson; parece decir al público (o mejor, hacerle sentir): qué asco lo que pasaba en este continente; qué bueno que se acabó; valió la pena la conquista desde afuera, porque esa gente estaba sobradamente carcomida desde adentro. Se salva de tal juicio el héroe, guerrero valiente y amoroso que supo derrotar a los esclavistas, y buscar un nuevo comienzo con su esposa e hijos.

Así como la anterior obra de Gibson La pasión de Cristo provoca un sentimiento de horror por la severidad del martirio de Jesús, Apocalypto también está dirigida al cuerpo del espectador: a provocarle repulsión e indignación ante una cultura bárbara, sedienta de sangre y de víctimas propiciatorias para saciar a dioses monstruosos y aterradores.

¿Eran así los aztecas? Sin duda, pero no en todo; la caricatura de extrema barbarie no retrata íntegramente las culturas que en Mesoamérica existían: entre ellas, la azteca no era la más desarrollada, ni sabia, ni culta. Nada que ver con los toltecas (“hombres de conocimiento”) o con los mismos mayas. Pero la película es una supersimplificada alegoría que descalifica la teoría del buen salvaje y elogia la sustitución cultural ocurrida en el siglo XVI. Y de nuevo: apela al cuerpo, no al cerebro. FIN...