— ¿Quién es el que corre allí?

— ¡Es del PRI! ¡Es del PRI!

— ¿Y quién es ese señor?

— El grillo roedor.

A quien le va la vida en elevar su ego a las estratosféricas alturas consiguiendo medallas y coronas, le importa jamás ser visto como perdedor. ¡El ego invencible no soporta una derrota! ¿Cómo que un hombre tan importante va a perder?

El padrastro de la Cenicienta pudo haber oído esto:

— Espejito, espejito de pared,

¿quién es el mejor corredor de la Tierra?

— Sois vos, Majestad.

De tal manera, si los molestos votos fabrican temporalmente a un perdedor, hay que resarcirse. Su egodemonio, desde el espejito, susurra: “¡Date un madrazo, Madrazo!”

Recientemente narró Krauze que según el expriista tabasqueño Arturo Núñez, sus coterráneos practican la política con una curiosa práctica: el suicidio. Viene con esto a colación un ácido artículo de Denise Dresser (“Ganar traicionando”, Reforma, 29.5.05) que concluye: “Ése es Roberto Madrazo y ésa es la naturaleza que lo define.” Habla así de “La parábola idónea para el político tabasqueño”:

La historia del escorpión que se monta sobre la espalda de una rana para cruzar el río y la rana le pregunta: “¿Cómo sabré que no me vas a picar?” El escorpión responde: “Porque si lo hago moriré también”. La rana se siente satisfecha con esta respuesta y comienzan a cruzar, pero a la mitad del río, el escorpión pica a la rana. La rana, paralizada por el piquete, empieza a hundirse y sabiendo que ambos se ahogarán tiene apenas tiempo para preguntarle al escorpión, “¿Por qué?” Y el escorpión responde, “es mi naturaleza”.

La democracia electoral no forma parte de la Weltanschauung tabasqueña; en su visión colectiva del mundo no aparece la posibilidad de perder por votos, como no sea perder de plano todo. Lo aconsejaba el gran filósofo guanajuatense José Alfredo:

Acaba de una vez, de un solo golpe.

¿Por qué quieres matarme poco a poco?

El suicida efectivo se autoacaba de un solo golpe. ¿Mortal? Acaso sí, con la clase de muerte que Pedro Malo (Infante) prefería propinarle a Jorge Bueno (Negrete): la muerte civil, que para un político es peor que la de a de veras. Acá la muerte civil es el ridículo.

Y es que el mexicano medio puede soportar de un político cualquier latrocinio, corrupción o engañifa, acostumbrado como está  (en toda la centenaria historia de este país) a la traición. En una tierra que soportó y añoró y llamó a Santa Anna y donde millones votaron por el también tabasqueño López Obrador, es perfectamente posible y probable —más que en otra nación que yo conozca— que un político amoral o de plano perverso preserve su prestigio y obtenga votos sin servir de nada al pueblo, luego de transmutarse en la curiosa y característicamente mexicana especie del grillo roedor[1].

Podrá el mexicano admirar a toda caterva de grillos roedores que por siglos han agotado su patrimonio y esperanzas, pero ¿aguanta a un tramposo deportivo? ¿A uno que golea con la mano? ¿O a un maratonista demostrada y rematadamente tramposo?

Acaso lo perdone, pero con mucha mayor dificultad que a un político corrupto, mentiroso o traidor. El mexicano admira al político triunfador a lo Hank (gran conocedor del oficio, decía “Un político pobre es un pin… político”). Pero acá lo implacablemente destructivo, lo único de veras imperdonable, es el ridículo. Peor aún, el autorridículo. Si se pierde el respeto a un político pobre, tanto peor a un político pen…

El tramposo mayor puede entonces (vetado de los circuitos maratónicos del Primer Mundo) cantar por todo el mundo su dolor y su tristeza. Las canciones y corridos, los dichos y los chistes dicen más que mil ensayos sobre la verdadera opinión pública.

Porque sé que de este golpe

Ya no voy a levantarme

Y aunque yo no lo quisiera

Voy a vivir sin honor.

En una tierra tan proclive a la traición y al cinismo, el honor no es importante. En México el deshonor se llama “ridículo”.