Gracias a Johan Gustaf Knut Wicksell (1851-1926) sabemos que la diferencia relevante entre la política y los mercados está en los medios que utilizan los individuos para alcanzar sus fines, no en la naturaleza de los fines que buscan, que son en ambos casos fines individuales.

La política, definió Wicksell –precursor de la economía política constitucional-, es una estructura de intercambios complejos entre individuos que buscan asegurarse de forma colectiva aquellos valores o fines individuales que no pueden alcanzar eficientemente mediante mecanismos de mercado.

Yo añadiría que la ineficiencia que se atribuye a los mercados puede estar en la dificultad de acceso a los mismos –ineficiencia atribuible a las reglas del juego, externas al individuo- o en la propia incapacidad del individuo para competir en los mercados.

En el segundo caso, incapacidad del individuo, tenemos políticos y grupos que compensan su incompetencia en el mercado con habilidades para la manipulación de percepciones que lleven, mediante la acción colectiva, a la toma de decisiones favorables a sus fines. Dicho con un ejemplo y coloquialmente: El estudiante impreparado que logra, mediante marrullerías, eludir la competencia académica con sus compañeros en igualdad de circunstancias y obtiene sin embargo una calificación aprobatoria, es un hábil político en potencia.

Las recientes discusiones en México acerca de la legislación relativa a la radio y a la televisión mostraron, con toda su crudeza, en ambos bandos de la discusión (a favor o en contra), a individuos enfrascados a fondo en el uso de esa estructura de intercambios de acción colectiva (la política) para obtener sus fines individuales (mayores rentas) de una manera más eficiente, para sus propósitos, que mediante la competencia libre en el mercado.

Otro ejemplo: Que un político –Andrés M. López– rehuya contestar un sencillo cuestionario de “cultura general” (que el principal de sus adversarios, Felipe Calderón, respondió antes obteniendo siete respuestas correctas a siete preguntas formuladas) quiere decir que no desea competir mediante mecanismos de mercado (reglas iguales para todos), en la medida que ve la competencia en ese terreno mucho menos eficiente para sus fines que la competencia en el terreno de la mera retórica. Otra cosa, por cierto, es que ese rechazo en público a someterse a un escrutinio tampoco fue una decisión eficiente para sus fines.

La política es necesaria en la medida que hay fines que sólo podemos alcanzar mediante la acción colectiva –por ejemplo, establecer unas reglas del juego para competir con equidad en el mismo mercado- pero eso no hace que esos fines dejen de ser individuales, ni convierte a los políticos que los buscan en seres angelicales, ajenos a la ambición. En ausencia del interés personal, no hay otro interés posible.

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