Rogelio Ramírez de la O, asesor en materia de economía de López Obrador, señaló, en reunión en el Colegio Nacional de Economistas, que, uno, es necesario “modificar los fines del Banco de México para que no solo tenga como ‘objetivo procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda’, sino que tenga también como objetivos prioritarios la promoción del desarrollo económico y el empleo”; dos, que “el banco central debe coadyuvar a mantener una política económica funcional que sirva al proceso de acumulación y al desarrollo, y no una política dogmática que evite utilizar el recurso productivo del crédito”, y, tres, que se debe analizar “toda la regulación monetaria y financiera, sin relegar la política cambiaria acorde a las necesidades de un programa de gobierno que garantice el desarrollo sustentable con generación de empleos y estabilidad financiera”.

¿Qué decir de la propuesta de Ramírez de la O? Muy sencillo: que eso, lo que él propone, y lo que se buscaría si AMLO llega a la Presidencia, es, ¡ni más ni menos!, lo que no se debe hacer si lo que se quiere es un progreso económico bien cimentado. Voy por partes.

Primera: la mejor contribución que un banco central puede hacer al progreso económico es la estabilidad de precios que en México, con una inflación anual de 2.95 por ciento, se recuperó después de treinta y cinco años de haberla perdido. Si existe alguna dependencia estatal que ha hecho lo que debe hacer para contribuir al progreso econónomico bien cimentado esa es el Banco de México.

Segunda: ¿de qué otra manera podría contribuir el Banco de México a promover el desarrollo económico y el empleo? Aplicando la receta keynesiana, es decir, emitiendo dinero y poniéndolo en circulación, con el fin de incrementar el consumo, y con la esperanza de que también aumenten producción y empleo, esperanza que, salvo que la planta productiva tuviera una enorme capacidad ociosa, ¡que no es el caso!, y que por lo tanto la producción pudiera responder de inmediato a los aumentos en el consumo, resulta vana. Si esta condición no se cumple, el único resultado de la aplicación de la receta keynesiana es el aumento general de precios, es decir, la inflación que, dicho sea de paso, más le pega a quienes menos tienen.

Tercera: ¿qué supone que el Banco de México abandone lo que Ramírez de la O califica de política dogmática para adoptar una funcional, cuyo objetivo sea la utilización del “recurso productivo del crédito”? Muy sencillo: que aplique la receta keynesiana, es decir, que emita dinero (crédito primar lo ponga en circulación por medio de un mayor gasto gubernamental), con el fin de incrementar el consumo (del gobierno, de las familias, de las empresas), y con la esperanza, ¡vana!, de que aumente la producción y el empleo.

Cuarta: ¿qué supone la revisión de “toda la regulación monetaria y financiera sin relegar la política cambiaria”? Que, de llegar a la Presidencia, AMLO, utilizaría la política cambiaria para el logro de determinados objetivos (desarrollo sustentable con generación de empleos), lo cual no sería otra cosa más que la manipulación del tipo de cambio, algo que, dicho sea de paso, no requiere de la revisión de la regulación monetaria y financiera, sino de una simple orden del Presidente de la República a su secretario de Hacienda, quien preside la Comisión de Cambios, entidad encargada de decidir la política cambiaria, comisión que debe desaparecer.

¿Qué propone Ramírez de la O? Exactamente lo que no se debe hacer, inflación y manipulación del tipo de cambio, sobre todo si lo que se busca no es crecimiento económico de corto plazo, sino progreso económico bien cimentado.