La ayuda exterior de gobierno a gobierno promueve el estatismo, la planificación centralizada, el socialismo, la dependencia, el empobrecimiento, la ineficiencia y el despilfarro. Prolonga la pobreza que está designada a curar. La inversión privada voluntaria en empresas privadas, por otro lado, promueve el capitalismo, la producción, la independencia y el auto-abastecimiento.
La ayuda exterior, ¿ayuda de quién
para quién y por qué? Respuesta políticamente correcta: ayuda de las naciones
ricas a los países pobres, y siempre por razones humanitarias, que parten del
supuesto de que los ricos deben darle limosna a los pobres. Sin embargo, la
ayuda exterior consiste, en realidad, en el dinero que los gobiernos de los
países ricos ponen en manos de los gobernantes de los países pobres por
razones…, bueno, concedido: “humanitarias”.
¿De qué estamos hablando? De
millones de millones de dólares que, en las últimas décadas, han ido a parar,
de los bolsillos de los contribuyentes de los países ricos, a… ¿a dónde? ¿A los
bolsillos de los menesterosos de las naciones pobres?
Al hablar de este tema resulta
imposible no recurrir, aunque sea brevemente, al pensamiento de Peter Bauer, el economista que
mejor ha explicado cómo surge el progreso económico a partir de la libertad
individual y la propiedad privada, con todo lo que ello implica, desde
políticas económicas hasta instituciones jurídicas, ¡especialmente en los
países subdesarrollados!, quien siempre se opuso a las donaciones de dinero
(limosnas) de los países ricos a los pobres, ayuda externa que, en la gran
mayoría de los casos, solamente beneficia a gobernantes corruptos. Entonces,
¿no hay alternativa? ¿Deben los gobiernos de los países ricos quedarse de
brazos cruzados sin hacer algo a favor de las naciones pobres?
La respuesta a la pregunta anterior
es, ¡obviamente!, negativa: los gobiernos de los países ricos no deben quedarse
sin hacer algo a favor de las naciones pobres. De acuerdo, ¿pero qué es lo que
pueden hacer? Muy sencillo, aunque en la práctica, ya lo vemos, resulta muy
difícil: proporcionarles mercados, para lo cual hay que ir más allá de la
globalización en su estado actual, que en todo caso implica, hoy, un comercio
internacional más libre, o menos sujeto que ayer, pero que dista mucho del
verdadero libre comercio. En términos coloquiales: a los pobres hay que darles
trabajo no limosna, y ello supone, de parte de los gobiernos de las naciones
ricas, la eliminación, total y definitiva, de cualquier barrera impuesta al
intercambio comercial entre naciones, lo cual, dicho sea de paso, no solamente
beneficiaría a los productores – exportadores de las naciones pobres, sino
también a los importadores - consumidores de los países ricos. ¿De qué se trata?
De la típica situación ganar – ganar, originada por el libre comercio, que
siempre es un juego de suma positiva, razón por la cual ambas partes ganan.
El ayudar a los pobres dándoles
trabajo, no limosnas, no solamente es lo más eficiente desde el punto de vista
económico, sino, desde la perspectiva ética, lo que respeta la dignidad de la
persona.
Por último no hay que olvidar
aquello de “ayúdate, que YO te ayudaré”, lo cual, en el caso que nos ocupa,
supone que los gobiernos de los países pobres deben crear las instituciones (reglas
del juego), que hagan de sus países destinos seguros y confiables para los
capitales, lo cual implica, en términos generales, reconocer y garantizar la
libertad individual para emprender, trabajar, invertir, ahorrar, intercambiar y
consumir, así como la propiedad privada sobre los ingresos, el patrimonio y los
medios de producción. Ya lo dijo Bauer: “El desempeño económico depende de factores personales, culturales y
políticos, de las aptitudes y motivaciones de las personas, y de instituciones
políticas y sociales. En donde éstas son favorables, el capital va a generarse
localmente o será atraído del extranjero, y si la tierra es escasa, la comida
se obtendrá a través de la agricultura intensiva o de la exportación de otros
bienes”.
Inversión y exportaciones, he aquí
la clave para el progreso de los países pobres.
Por ello, pongamos el punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.