"La política es el arte de distribuir pasteles que otros han horneado —o de formarse el primero en la fila a la hora que reparten los pasteles ajenos—, y dicho arte alcanza dimensiones sublimes cuando el político logra distribuir pasteles que nadie ha horneado.”
Desafortunadamente,
sobre todo para los contribuyentes, la política se ha convertido, en primer
lugar, en el arte (mal arte, diría yo) de distribuir (redistribuir, diría yo)
los pasteles que otros han horneado (realizando caravanas con sombrero ajeno,
diría yo), obviamente sin la venia de quienes los hornearon (agregaría yo, para
más precisión).
Puntualizando
habría que decir que, más que la política, lo que se ha convertido en el arte
de distribuir pasteles que otros han horneado o, en términos generales, el
ingreso que otros han generado, es el gobierno. Hoy, y ya desde hace mucho
tiempo, gobernar es sinónimo de redistribuir, es decir, de quitarle a unos para
darle a otros, lo cual, al margen de cualquier explicación o justificación que
se le dé a tan abusiva práctica, es una expoliación legal o, para eliminar las
palabras domingueras, un robo con todas las de la ley, que convierte a los
gobernantes…, ¿en qué? ¿En ladrones? Usted dirá.
Ahora bien, para
que un político – gobernante – burócrata – funcionario público pueda
redistribuir a favor de su grupo (por ejemplo: el titular de
¿Quiere decir lo
anterior que los funcionarios de la hacienda gubernamental también deben ser, a
su vez, clientela presupuestaria de alguien más, que sería el redistribuidor
original? No, ya que lo que dichos funcionarios hacen, y lo hacen por ser
recaudadores (lo cual quiere decir que tienen el poder, más no el derecho, para
hacerlo), es obligar al contribuyente a entregarle parte del producto de su
trabajo, siempre bajo amenaza de castigo en caso de que se niegue a entregarla,
o que la entregue incompleta, todo ello al más puro estilo delincuencial de
cualquier gavilla de asaltantes, con la diferencia de que estos, los
recaudadores, están respaldados por las leyes tributarias, mismas que,
obviamente, son injustas, lo cual me lleva a la pregunta inevitable: ¿qué hacer
ante leyes injustas?.
Si todo lo
anterior es posible porque el pastel que se reparte ya ha sido horneado (y no
confundamos posibilidad, ni con deseabilidad, ni
mucho menos con justicia), lo que, tal y como lo señala Medina, toca los
límites de lo sublime es la repartición del pastel que todavía no ha sido
horneado, algo de lo cual ni Jesucristo fue capaz, ya que Él repartió los panes
que ya habían sido horneados, y con la mención a Jesús no pretendo compararlo,
ni mucho menos equipararlo, con nuestros políticos. (¿Cuántos años de
purgatorio me valdría tal desatino?)
¿Cual es el
requisito para que el político – gobernante – burócrata – funcionario público
reparta el pastel que todavía no ha sido horneado? La indisciplina fiscal y su
alcahueta, la indisciplina monetaria, que hacen posible la ilusión de que,
efectivamente, el funcionario público – burócrata – gobernante – político está
repartiendo pasteles, mismos que, tarde o temprano, cuando la realidad acaba
imponiéndose (por ejemplo: por medio de la inflación y de la pérdida en el
poder adquisitivo del dinero), terminan por esfumarse. De hecho, nunca
existieron.
Gobernar se ha
vuelto sinónimo de redistribuir y, también, de repartir lo inexistente, acto
sublime del político – gobernante – burócrata – funcionario público que es,
ironías aparte, un engaño, una mentira, una tranza, una irresponsabilidad.
Por ello, pongamos el
punto sobre la i.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Tanta sociedad como sea posible, tanto gobierno como sea necesario.
Si necesitamos un Estado para combatir otro Estado, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
Los enemigos de la libertad –de izquierda, derecha o centro– tienen un denominador común: la fe en el Estado.
De la ley nace la seguridad.