Hayek dijo que “hay una gran diferencia entre tratar a los hombres con igualdad e intentar hacerlos iguales”. Lo propio de una sociedad liberal es lo primero, lo de los regímenes colectivistas lo segundo. En una sociedad liberal la divisa es: mientras se respeten los derechos de los demás, que cada quien llegue tan lejos como su esfuerzo se lo permita. En un régimen colectivista la regla es: mientras alguien no tenga satisfechas sus necesidades básicas nadie tiene derecho a llegar más lejos que los demás. La sociedad liberal tiene como fin el respeto a los derechos individuales de sus integrantes, y su marco institucional (las reglas del juego) está redactado en función de tal fin. Los regímenes colectivistas, por el contrario, buscan la satisfacción igualitaria de las necesidades básicas, y las reglas del juego (su marco institucional) están redactadas conforme a tal objetivo. En la sociedad liberal se trata a todos los hombres con igualdad, motivo por el cual está de acuerdo con la dignidad humana. En los regímenes colectivistas se trata de hacerlos iguales, razón por la cual se viola dicha dignidad.

Lo correcto es tratar a los seres humanos con igualdad, no tratar de hacerlos iguales, lo cual, aceptado, nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué quiere decir tratar a los seres humanos con igualdad?, pregunta que, mal respondida, puede llevar a una conclusión equivocada: tratar a los seres humanos con igualdad supone, ni más ni menos, el tratar de hacerlos iguales, comenzando por igualar la satisfacción de sus necesidades básicas. ¿Qué acaso tratar a los hombres igual no supone, de entrada, darles de comer los mismos alimentos, proporcionales la misma educación, brindarles las mismas atenciones médicas, etc., etc.? Tratar a los hombres igual, ¿no supone lograr entre ellos la igualdad en todo? Vuelvo a la pregunta, ¿qué quiere decir trata a los hombres con igualdad? ¿En qué campo debe practicarse y respetarse esa igualdad?

Las únicas respuestas correctas a estas preguntas son: tratar a los hombres con igualdad quiere decir tratarlos igual ante la ley; el campo en el que debe practicarse y respetarse el trato igual para todos los hombres es el de la ley. ¡Igualdad ante la ley! ¿Y nada más? Sí, y nada más.

Pero llegados a este punto debemos preguntarnos, como lo hace Othmar K. Amagi (y de tal pregunta se deriva su frase), si cualquier ley es válida, siendo la respuesta un rotundo no. ¿Qué sucede con las leyes injustas, por ejemplo, las que se promulgan, no para garantizar derechos, sino para defender intereses? Claro que es importante la igualdad ante la ley, condición necesaria de la convivencia civilizada, pero igual de importante es que la ley sea justa, siendo tales las que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos naturales de la persona a la vida, la libertad y la propiedad.

¿Cuántos legisladores son capaces de distinguir una ley justa de una injusta? ¿Cuántos son capaces de señalar cuál es el criterio para encontrar la diferencia? ¿Cuántos están de acuerdo con Amagi, en el sentido de que lo que se debe es la misma ley, ¡justa! para todos?

Por ello, pongamos el punto sobre la i.