Si el liberalismo, cuya tarea esencial es proponer el marco institucional (reglas del juego) que elimine las arbitrariedades del gobierno (que siempre lo son en contra de los tres derechos naturales de la persona a la vida, la libertad individual y la propiedad privada), ha fracasado en el intento, no se debe, al menos no de entrada, a que no haya sido lo suficientemente radical, en el sentido de llegar a las raíces para, desde allí, partir de nuevo, sino a que muchos liberales no han llevado al extremo, que no por serlo es necesariamente malo, los principios liberales.

Llevar al extremo los principios liberales, ¿qué quiero decir? Algo que no todos los liberales hacen: llevar, hasta sus últimas consecuencias lógicas, los principios del liberalismo, defecto que encuentra su explicación en la falta de comprensión de la relación que existe entre propiedad privada y libertad individual, relación que es la siguiente: la propiedad privada es la condición de posibilidad del ejercicio de la libertad individual, de tal manera que en la misma medida en la que se limita la primera se limita la segunda, limites impuestos a la primera que se le deben, sobre todo, a la redistribución gubernamental del ingreso, por la cual el gobernante le quita a A lo que es de A, para darle a B lo que no es de B, redistribución que hoy es la esencia de cualquier gobierno, y la muestra más clara de lo que señala Gregory: el fracaso del liberalismo en su lucha contra el gobierno, y en concreto en contra del gobierno redistribuidor, como lo son, en mayor o menor medida, pero siempre en alguna, y de una u otra forma, pero siempre de alguna, todos los gobiernos, ya sean de izquierda, centro o derecha.

¿Cuál es la principal causa de ese fracaso? El mucho énfasis que ponen muchos liberales en la libertad, en el laissez faire, en el dejar hacer, y el poco énfasis que ponen pocos liberales en la propiedad, en el laissez avoir, en el dejar poseer, siendo que para hacer (por ejemplo: para producir) hay que poseer (siguiendo con el ejemplo: los medios de producción). La principal causa de ese fracaso es el mucho interés que ponen muchos liberales en criticar la intromisión del gobierno en los procesos de mercado, abogando a favor del laissez faire, y el poco interés que pocos liberales ponen en criticar la expropiación, por medio del cobro de impuestos, ¡sobre todo con fines redistributivos!, de los resultados obtenidos en esos procesos de mercado en términos de generación del ingreso, no abogando lo suficiente a favor del laissez avoir, siendo que para hacer (por ejemplo: para consumir) hay que poseer (siguiendo con el ejemplo: el ingreso), de tal manera que en la misma medida en la que se limita el poseer (por ejemplo: el ingreso) se limita también el hacer (siguiendo con el mismo ejemplo: el consumir), límite al poseer que el gobierno impone cuando cobra impuestos, sobre todo con fines redistributivos, es decir, ¡y va de nuevo!, cuando le quita a A lo que es de A, para darle a B lo que no es de B, redistribución que hoy es la esencia de cualquier gobierno.

Llevar al extremo los principios liberales, dado que la propiedad privada es la condición de posibilidad del ejercicio de la libertad individual, y dado que hoy gobernar es sinónimo de redistribuir, quiere decir abogar por el laissez faire abogando, sobre todo, por el laissez avoir. La lucha por la libertad individual, en las democracias de hoy, es ante todo la lucha por la propiedad privada, misma que el gobierno viola cada vez que cobra impuestos con fines redistributivos, sin olvidar que buena parte de los impuestos que los gobiernos cobran los cobran con tales fines: redistributivos.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.